miércoles, 20 de julio de 2016

Día 5. Crónica de Ana


El quinto día llegamos al campamento y no nos dejaron pasar los policías de la garita. Como ya lo sabíamos, ahorramos tiempo y entramos por una parte de la reja que está rota. Llegamos al almacén y nos encontramos con los palets que habíamos enviado desde Pozoblanco y Asturias. Verlos allí sabiendo que ponen mil pegas para cualquier cosa, hizo que mis ojos se llenasen de lágrimas de alegría y me abrazase a la primera persona que tenía al lado. Nos pusimos como locos a deshacerlos y a colocarlos todos juntos en un cuarto, para luego empezar a repartir cosas y a dividirlas para otros campamentos donde son necesarias. Por la tarde fuimos por las tiendas a preguntar a los refugiados qué necesitaban con la intención de hacer una lista y repartirles cosas por las tiendas. Se nos quitó pronto la idea de la cabeza…
Si le das a uno, le tienes que dar a todos, lógico. Y en un día es imposible recorrer las 90 tiendas. Así que lo haremos desde el almacén cuando todo esté organizado, si es que nos da tiempo. Porque otro de los proyectos que hay a corto plazo es hacer una especie de tienda donde cada uno vaya a probarse ropa y coja la que necesite.
Esta semana van todos los refugiados a Tesalónica a empezar con los trámites para conseguir el asilo. El día anterior de irse nos piden algún zapato o ropa decente e intentas darles lo mejor.
Casi todos los días son lo mismo. Almacén, salir a respirar de ahí, más almacén, jugar con los niños cuando estás fuera y recibir cientos de besos y abrazos que te dan la vida.
El domingo fuimos a otro campo de visita. Hay una minoría, los yazidíes. Tienen una historia detrás que no voy a contar. Quien quiera que busque información en google… Lo pasamos genial jugando con los niños.
El lunes nos quedamos ordenando en el almacén todo el cargamento de Asturias porque una parte de él va a otros campos donde no tienen absolutamente nada.
Ayer preparamos unas bolsas de cosmética e higiene para las tiendas y se han vuelto locos al entregárselas. Por la noche, fuimos a cenar con la familia de Abu. La cena estaba riquísima, pero claro, ¡es que él fue chef en Siria! Todo estaba delicioso. No fuimos capaces de terminar toda la comida y nos supo mal porque somos conscientes de que hicieron un gran esfuerzo. Se unieron más vecinos a la cena y nos contaron sus historias. A cuál más cruel. La más esperanzadora fue escuchar a Abu decirnos: “cuando la guerra acabe en Siria, allí tenéis vuestra casa”. In šāʾ Allāh.

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