Lo más enriquecedor
de mi experiencia como voluntario en el campo de Filippiada ha sido el contacto
personal con las personas que viven allí. Conocernos, hablar e intercambiar
experiencias me ha servido para darme cuenta del drama que están viviendo y lo
injustos que estamos siendo con ellos, porque en no pocas ocasiones el
desconocimiento, la desinformación y el miedo sobrevuelan las conversaciones
cotidianas en torno al tema de los refugiados. Con esa mezcla tan peligrosa es
habitual que se vayan deslizando comentarios e ideas que no se ajustan a la
realidad, se fomente el racismo y la xenofobia y finalmente las personas
refugiadas tengan más dificultades para encontrar una solución digna y justa a
su situación
Y es que, aunque tendría
que sobrar tener que decirlo, tenemos que ser conscientes de que son personas
normales y corrientes, como tú y como yo. Personas con trabajos de todo tipo
(abogados, mecánicos, camareros, estudiantes universitarios…) con su casa, su
familia y las mismas preocupaciones que podemos tener tú y yo. Personas a las
que la guerra hizo estallar todo eso por los aires. Su viaje a Europa no es
para tener una vida mejor o ganar más dinero (eso ya le tenían en Siria), es
una mera cuestión de supervivencia.
Las personas que me
he encontrado en Filippiada tienen una capacidad de acogida extraordinaria. No
podría contar el número de veces que a los voluntarios nos invitan a compartir
el té o el café. Y de un café sale una invitación para una comida, una cena o
incluso un desayuno. Es una de las cosas que más me sorprendieron. Personas con
unos traumas brutales provocados por la guerra y que todavía tienen la
capacidad de ofrecer lo mejor de sí mismos.
Pero la vida en el
campo castiga. No solo por las precarias condiciones materiales en las que
están, sino sobre todo por la falta de perspectivas de futuro y no ver una
solución cercana para su situación. Las horas pasan lentamente, sin nada que
hacer y las imágenes del pasado vienen a la memoria. En Europa no somos conscientes
del dolor (añadido al de la guerra) que estamos provocando en todas estas
personas.
No es mi intención
trasladar una imagen idílica e ingenua de los refugiados. Como he comentado
antes, son gente como tú y como yo, con sus virtudes y sus defectos. En el
campo conectas más con unos que con otros, lo mismo que nos pasa en el trabajo
o con los amigos. Pero hay una cosa en común a todos ellos y es la situación de
injusticia que están viviendo y a la que se debe poner remedio lo antes
posible.
Me avergüenzan mi
país y Europa por la falta de humanidad que están demostrando. Me indigna la
poca sensibilidad ante el dolor ajeno de nuestros gobernantes y de una parte de
la sociedad. Se nos llena la boca de palabras como Derechos Humanos,
solidaridad, dignidad… y dejamos que casi 60000 personas malvivan en unas
condiciones penosas y con una incertidumbre sobre su futuro que les corroe el
alma.
Ahora es el momento
de movilizarse, de luchar para que las cosas cambien, de presionar a los
políticos para que se muevan y de que se empiecen a asumir los compromisos
adquiridos en cuanto a acogida de refugiados. Hace tres semanas que dejé
Filippiada pero ni puedo ni quiero olvidar.
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